El Desarrollo Del Apego

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INTRODUCCION

El apego supone “la atadura” afectiva mas fuerte que siente el ser humano hacia otros semejantes, produciendo placer cuando se llevan a cabo interacciones y buscando la cercanía de la persona con la que se siente apego en momentos de ansiedad e inseguridad. Por tanto, dicho vinculo responde a una de las necesidades más básicas y fundamentales que experimenta el ser humano: la necesidad crucial de sentirse seguro, protegido y ayudado. El apego, junto con la búsqueda de una red de relaciones sociales (amigos) y la necesidad de mantener una actividad sexual vinculada al deseo y al enamoramiento, suponen las necesidades más importantes, sentidas subjetivamente, que favorecen y fomentan la supervivencia, no solo del individuo sino también de la especie (López, 1995).

Las características funcionales más importantes que podemos asociar al vínculo afectivo de apego son las siguientes:
  • Intento por mantener la proximidad con la persona con la que se siente apego.
  • Contacto sensorial privilegiado.
  • Debido a la seguridad que conlleva el apego, el bebé tiene relaciones más eficaces con el entorno que le rodea.
  • Ansiedad ante la separación.
Con las palabras de Ainsworth y Bell (19670) podríamos resumir que “la característica mas sobresaliente es la tendencia a lograr y mantener un cierto grado de proximidad al objeto de apego que permita tener un contacto físico en algunas circunstancias y a comunicarse a cierta distancia, en otras”.

TEORIAS DE APEGO

Han sido muchos los psicólogos y escuelas que han intentado explicar el origen y desarrollo del apego. ¿Es el vínculo afectivo una forma primaria de conducta instintiva o, por el contrario, se puede explicar a través de la teoría del impulso secundario?

Teorías conductistas

A la hora de explicar el apego un gran numero de psicólogos conductistas han adoptado el modelo de reducción del impulso. En este contexto, se da una importancia vital al papel de la alimentación en la interacción que se establece entre madre e hijo. Se considera que las conductas de dependencia que el bebé tiene con su madre (búsqueda de cercanía, abrazos, lloros y llamadas en su ausencia, etc.) son debidas fundamentalmente a un impulso secundario aprendido como consecuencia de una asociación repetida entre la presencia de la madre y la satisfacción que le produce al niño saciar su hambre. Con otras palabras, el niño se apega con quien le da de comer. Sin embargo, incluso los monos eligen como sustitutos de sus madres a muñecos de tela con una textura similar a la de su especie que a muñecos de alambre que le dan de comer. Los datos con animales y con seres humanos nos muestran que los niños despliegan conductas de apego desde edades bien tempranas con seres que en ningún momento han intervenido en las actividades de alimentación.

Otro marco teórico conductista es el modelo del condicionamiento operante. Desde este punto de vista, los niños miran, sonríen y buscan la proximidad de las madres debido a la respuesta que reciben por parte de sus progenitoras. En definitiva, las madres “devuelven” las miradas, sonrisas y abrazos a sus hijos implicándoles en una positiva interacción social. De nuevo nos encontramos ante un modelo que no nos proporciona un mecanismo potente de explicación del apego, puesto que las observaciones no sindican que, hasta los niños maltratados siguen buscando el contacto físico con sus progenitores.

Además, estos modelos conductistas no explican por qué o de qué manera, los lazos establecidos en la infancia perduran a través del ciclo vital incluso cuando la figura de apego está ausente y, por tanto, no puede satisfacer los impulsos primarios ni proporcionar ningún tipo de refuerzo social.

Hipótesis propuestas por los psicoanalistas

Son muchas las hipótesis que han propuesto los psicoanalistas en relación con la naturaleza del vinculo que une al niño con su madre. En líneas generales, se podría decir que ofrecen un modelo mucho mas enriquecedor que los conductistas, ya que defienden que la calidad de la interacción madre-hijo produce, por una parte, un efecto crucial en el desarrollo posterior de la personalidad del sujeto y, por otra, la seguridad emocional necesaria para la exploración del medio ambiente y un dominio cognitivo.

Sigmund Freud, en el año 1926, publica Inhibición, síntoma y angustia, ensayo en el cual no manifiesta ninguna predisposición a aceptare la existencia de respuestas primarias de seguimiento que fueran susceptibles de establecer un vínculo entre la madre y el bebé.

Para Freud, el amor que surge del niño hacia la madre es debido a la necesidad satisfecha de alimento; es decir, el niño se apega a la madre porque ésta le da de comer y además le estimula sus zonas erógenas. Sin embargo, sería injusto declarar que Freud era un fiel defensor de la teoría del impulso secundario, puesto que en años posteriores manifestaría que las bases filogenéticas tienen una primacía tal que no importa si el niño ha sido dado de mamar o ha sido alimentado con biberón y no haya gozado de la ternura de los cuidados maternos. En ambos casos el desarrollo infantil sigue un mismo camino.

De las lecturas de las primeras exposiciones teóricas de la obra de Anna Freud se desprende una defensa de la teoría del impulso secundario, pero al analizar sus trabajos clínicos se observan indicios de ideas un tanto diferentes. Burlinngham y Freud (1942) en un estudio llevado a cabo con niños de las guarderías de Hampstead (niños institucionalizados que quedaron huérfanos al principio de sus vidas) llegan a diversas conclusiones de las que expondremos dos:
  1. Sólo al segundo año de vida el apego que surge del niño hacia la madre alcanza su pleno desarrollo.
  2. Los niños se apegan incluso a madres que están continuamente de mal humos y a veces se comportan de manera cruel con ellos. Por tanto, el potencial de apego siempre se halla presente en el niño.
Debido a que el afecto se puede considerar independiente de lo que el niño recibe, estas psicoanalistas llegaron a manifestar que el niño siente la necesidad de un vínculo temprano con la madre de manera instintual.

Melanie Klein manifiesta que la relación que se establece entre el niño y su madre va más allá de la mera satisfacción de necesidades fisiológicas. Sin embargo, en una de sus últimas publicaciones se muestra indecisa y, por una parte hace hincapié en la primacía del pecho y la oralidad y, por otra, Klein expresa que el niño desde el principio tiene conciencia de que existe algo más. Este “algo más” supone la formulación de la teoría de un deseo primario de regreso al vientre materno. Por tanto, esta autora resalta la importancia del componente no oral de la relación que se origina en el deseo primario que se acaba de mencionar.

Por ultimo, mencionaremos a Spitz, que se adhiere plenamente a las tesis de Freud (padre) acerca de la teoría del impulso secundario. Defiende que las autenticas relaciones objetales surgen de la necesidad de alimento.

Teoría etológica de Bowlby

La teoría de Bowlby es el enfoque más aceptado a la hora de explicar las relaciones de apego. Este modelo se inspiró inicialmente en los estudios sobre la impronta. Las investigaciones sobre impronta han conducido a un concepto teórico que ha sido ampliamente aplicado en el estudio del desarrollo infantil: el período crítico. Se alude así a un tiempo limitado de la vida en el que el organismo está biológicamente preparado para adquirir ciertas conductas; todo ello a condición de que reciba una estimulación apropiada del medio ambiente. La importancia de este concepto radica en que muchos psicólogos han intentado averiguar si la adquisición de complejas conductas sociales y cognitivas del ser humano tiene lugar en un periodo de tiempo muy determinado.

Bowlby defiende que las tendencias innatas del bebé (llorar o armar jaleo cuando están incómodos) hace que los adultos estén cerca para ayudarles a sobrevivir. A su vez, los adultos están preparados por la evolución para responder a las señales del bebé, proporcionándoles el cuidado necesario y brindándoles la oportunidad de la interacción social.

Bowlby, psiquiatra y psicoanalista británico, al observar los problemas emocionales de los niños que se criaban en instituciones, encontró que estos tenían una gran dificultad en formar y mantener relaciones cercanas. Bowlby atribuyó este problema a la carencia de estos niños de un fuerte apego con sus madres durante la infancia. Su interés en este campo le condujo a dar una explicación etológica de cómo y por qué se establece el vínculo entre madre e hijo.

La teoría de Bowlby reitera el principio fundamental de la etología clásica que defiende que el establecimiento de un fuerte vínculo madre-niño es vital para la supervivencia del bebé. Este vínculo de apego se desarrolla fácilmente durante un periodo critico o sensible; pasado este tiempo, puede llegar a ser imposible formar una verdadera relación intima y emocional.

EL DESARROLLO DEL APEGO

En los seres humanos el vínculo de apego tarda unos meses en aparecer, ya que conlleva una compleja mezcla de conductas entre la madre y su hijo y adquiere una gran variedad de formas. El establecimiento del lazo afectivo, según Bowlby, evoluciona a través de cuatro etapas:
  1. Fase de preapego. Abarca desde el nacimiento hasta las seis primeras semanas aproximadamente. Durante este periodo, la conducta del niño consiste en reflejos determinados genéticamente que tienen un gran valor para la supervivencia. A través de la sonrisa, el lloro y la mirada, el bebé atrae la atención de otros seres humanos; y, al mismo tiempo, es capaz de responder a los estímulos que vienen de otras personas. Tratan en muchas ocasiones de provocar el contacto físico con el resto de los seres humanos. En esta fase aparece un reconocimiento sensorial muy rudimentario hacia la madre. Prefieren la voz de ésta a la de cualquier otro adulto a pesar de que todavía no muestran un vínculo de apego propiamente dicho.
  2. Fase de formación del apego. Abarca desde las seis semanas hasta los seis meses de edad. En esta fase, el niño orienta su conducta y responde a su madre de una manera más clara de cómo lo había hecho hasta entonces. Sonríe, balbucea y sigue con la mirada a su madre de forma más consistente que al resto de las personas. Sin embargo, todavía no muestran ansiedad cuando se les separa de la madre a pesar de reconocerla perfectamente. No es la privación de la madre lo que les provoca enfado, sino la pérdida de contacto humano como cuando, por ejemplo, se les deja solos en una habitación.
  3. Fase de apego propiamente dicha. Este periodo esta comprendido entre los 6-8 meses hasta los 18-24 meses. A estas edades el vínculo afectivo hacia la madre es tan claro y evidente que el niño suele mostrar gran ansiedad y enfado cuando se le separa de ésta. A partir de los ocho meses el bebé puede rechazar el contacto físico incluso con un familiar muy cercano ya que lo único que desea y le calma es estar en los brazos de su madre. La mayor parte de las acciones de los niños (andar a gatas por ejemplo) tienen el objetivo de atraer la atención de la madre y una mayor presencia de ésta.
  4. Formación de relaciones reciprocas. Esta fase comprende desde los 18-24 meses en adelante. Una de las características importantes a estas edades es la aparición del lenguaje y la capacidad de representarse mentalmente a la madre, lo que le permite predecir su retorno cuando ésta está ausente. Por tanto, decrece la ansiedad porque el niño empieza a entender que la ausencia de la madre no es definitiva y que en un momento dado, regresará a casa. En esta fase, los niños a los que su madre les explica el por qué de su salida y el tiempo aproximado que estará ausente suelen llorar mucho menos que los niños a los que no se les da ningún tipo de información. A partir de los tres años, el niño despliega una serie de estrategias con las que intenta controlar la interacción con su madre “obligándola” en determinados momentos a pactar las entradas y salidas del hogar.
El final de estas cuatro fases supone un vínculo afectivo sólido entre ambas partes que no necesita de un contacto físico ni de una búsqueda permanente por parte del niño, ya que éste siente la seguridad de que su madre responderá en los momentos en los que la necesite.

SEGURIDAD DEL APEGO A TRAVÉS DE LA SITUACION EXTRAÑA DE AINSWORTH

La situación extraña es considerada como la técnica más usas para analizar la calidad del apego entre la madre (o la persona que cuida al bebé) y su hijo en los dos primeros años de vida. Esta psicóloga y sus colaboradores partieron de la base de que un vínculo afectivo adecuado proporciona unos sentimientos de seguridad en el niño que se hacen muy obvios con la presencia de la madre. Esta seguridad hace que el bebé explore con mayor frecuencia el entorno y el medio que le rodea.

Así, estos investigadores diseñaron una situación de laboratorio en la que a lo largo de ocho episodios el niño “sufría” separaciones y encuentros con la madre y con una persona extraña para el bebé. Del análisis de las conductas del chaval en estos ocho episodios se identificaron tres tipos de apego (seguro, evitante y resistente) a los que se ha añadido un cuarto (apego desorganizado/desorientado) por los estudios de Main y Solomon (1986).

Apego seguro

Estos niños se caracterizan porque pueden llorar o no, pero si lo hacen claramente es debido a la preferencia que tienen por la madre ante el extraño. En el estudio de Ainsworth, los niños con apego seguro buscan el contacto con la madre y reducen el lloro cuando ésta regresa a la sala.

Apego evitante

El patrón que siguen estos niños se caracteriza porque no muestran enfado ni ansiedad cuando la madre se va de la sala, sino cuando se quedan solos. Parecen que reaccionan de la misma manera a su madre que a la persona extraña. En general, no se resisten al contacto físico con su madre, pero se acercan sin ninguna prisa a saludarla y no les provoca ninguna reacción especial de alegría.

Apego resistente

Antes de que la madre abandone la sala, los niños que siguen este patrón buscan insistentemente la proximidad de su progenitora. Pero cuando regresa, los bebes se muestran enfadados, displicentes e incluso llegan a pegar y a esconderse de ella. Además, muchos de ellos siguen llorando y es bastante difícil que la madre logre consolarlos.

Apego desorganizado/desorientado

Este patrón de apego parece reflejar una gran inseguridad en su vínculo con la madre. Cuando la madre vuelve a la sala, los niños muestran conductas muy contradictorias que claramente indican una desorganización. La mayoría de estos niños no suele mirar a su madre cuando les cogen en brazos y mantienen una expresión facial atónita. Algunos lloran después de haberse calmado y se muestran fríos y distantes.

Debido a que la situación extraña está bastante relacionada con las situaciones con las que se enfrenta el niño en la vida diaria, este estudio de laboratorio se puede considerar un instrumento muy potente a la hora de analizar el tipo de apego que muestran los bebés con sus madres. Ahora bien, las pautas culturales tienen un papel muy importante en el desarrollo social, cognitivo y emocional del niño, por lo que en algunas culturas predominan mas un tipo de apego que otro.

FACTORES QUE AFECTAN AL DESARROLLO DEL APEGO

Los estudios nos muestran que los bebés que poseen apego seguro suelen tener madres amables, receptivas, que no molestan ni maltratan a sus hijos. Sin embargo, los niños inseguros son hijos de madres que carecen de todas o algunas de estas cualidades.

En líneas generales podemos hablar de cuatro grandes factores que inciden en la formación del apego:

Privación materna e institucionalización. En una serie de estudios muy conocidos de Spitz se observó que los niños institucionalizados que habían sido abandonados por sus madres entre el tercer mes y el primer año de vida mostraban una extrema sensibilidad a las infecciones así como un marcado retraso en el desarrollo. Estos niños se criaban en una especie de cubículos sin ningún tipo de estimulación y tenían una cuidadora para cada grupo de siete u ocho niños. En estas condiciones, los bebés solían manifestar un apego inseguro cuando interactuaban con las personas que les cuidaban.

Aquellos chavales que sufrían una separación maternal muy prolongada en la segunda mitad del primer año de vida mostraban un desorden depresivo muy severo denominado depresión anaclíctica. Al poco tiempo de llegar a la institución, los bebés empezaban a aislarse del entorno, perder peso, llorar continuamente y sufrir insomnio. Si no recuperaban pronto a la madre o no se establecía una adecuada relación con una cuidadora, la depresión era prácticamente irreversible.

Sin embargo, el daño es muy importante, pero no irreversible. Bebés que han vivido en condiciones penosas en las instituciones de su país de origen, vienen a nuestra sociedad con un gran retraso en relación con los niños de su edad. No obstante, si el nivel socio-afectivo-cultural de la familia que adopta es lo suficientemente elevado como para ofrecer a estos niños los estímulos afectivos y cognitivos de los que han carecido, es muy posible que el retraso vaya desapareciendo y que se igualen con los niños de su edad.

Calidad de la crianza. La teoría etológica manifiesta que los bebés criados en familias cuyos padres son insensibles a las demandas y necesidades del niño suelen desarrollar un apego inseguro. Un cuidado maternal extremadamente inadecuado puede suponer un potente predictor de desordenes en el establecimiento del apego. Ainsworth y colaboradores observaron que los niños con apego seguro tenían madres que en los primeros meses de vida respondían rápidamente al lloro del bebé e intentaban adaptar su conducta a la de su hijo. Sin embargo, los niños con apego inseguro (evitante, resistente y desorganizado/desorientado) solían tener madres que evitaban el contacto físico con su hijo y se comportaban de manera rutinaria en las interacciones cara a cara típicas del cuidado de todo bebé. Además, en las familias donde la ansiedad es la característica predominante del entorno, las madres suelen ser más insensibles y, por tanto, aumenta la frecuencia del apego inseguro.

Características del niño. Existen estudios que relacionan los partos complicados, niños prematuros, enfermedades en los primeros meses e incluso el temperamento del niño con problemas en el establecimiento del vínculo afectivo del niño. Los niños extremadamente difíciles (lloran todo el día y se muestran irritables con mucha frecuencia) suelen provocar ansiedad en la madre y esto hace que sea mas complicado el establecimiento del lazo afectivo. Sin embargo, si los padres tienen recursos afectivos, sociales y cognitivos adecuados para manejar el difícil temperamento del bebé o la enfermedad del mismo, puede no haber excesivos problemas a la hora de desarrollar el apego.

Por tanto, un temperamento difícil del niño no tiene por qué provocar un apego inseguro; depende de cómo los padres ajusten de manera armoniosa su conducta a la del bebé.

EL APEGO DE LOS PADRES

Cuando un adulto tiene su primer hijo posee en su background gran cantidad de experiencias de apego: con sus padres, hermanos, parejas y amigos/as. Por propia experiencia sabemos que las relaciones afectivas pueden provocar confianza y seguridad o, por el contrario, sentimientos de inseguridad o ansiedad. Main y colaboradores (1985) se han interesado en analizar si las relaciones de apego (seguras o inseguras) que los padres tuvieron en la infancia tienen alguna influencia en el apego de los hijos. Basándose en las declaraciones de los padres, nos encontramos con cuatro categorías que, de manera somera, describimos a continuación:
  • Autónomos: padres que valoran y reconocen la influencia de las relaciones de apego, pero al mismo tiempo son capaces de hablar de ellas con objetividad.
  • Desentendidos: desprecian la importancia de las relaciones de apego y tienden a idealizar a sus padres sin poder aportar ejemplos concretos para defender su postura.
  • Preocupados: adultos muy emotivos que no pueden hablar con objetividad de sus experiencias tempranas de apego. Muy preocupados con el pasado.
  • Pendientes de resolución: padres que todavía no han reconciliado sus pasadas relaciones de apego con el presente. En ocasiones, todavía están reconciliándose con la perdida de sus propios padres y las vivencias relacionadas con ello.
Los estudios no sindican que estos tipos de apego en los adultos están estrechamente relacionados con el tipo de apego que establecen con sus hijos. Las madres autónomas suelen tener hijos con apego seguro; las desentendidas tienden a tener hijos evasivos, con apego evitante; las preocupadas suelen crear a niños rebeldes quizá con un apego resistente y queda menos claro el paralelismo de aquellos padres clasificados como pendientes de resolución, quizá porque pueda suponer una época transitoria para muchos adultos.
No se puede concluir de una forma rotunda, pero podríamos finalizar manifestando que el apego de un bebé a su madre podría depender del tipo de apego que tuvo con ella su propia madre muchos años antes.
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